lunes, 22 de julio de 2019

LA MUSICA COMO TRADICION EN MI FAMILIA


Mi abuelo Andrés, originario de la Hacienda de San Andrés, municipio de Magdalena -colindante al de Tequila- en el estado de Jalisco, era un hombre que nació con el siglo, pero no con tranvía y vino tinto como dice la canción, sino con mulas y tequila blanco. Corrían los primeros años del 1900. Su extracción campesina contrastaba con su oficio de filarmónico, que como tradición familiar le fue heredado de su padre quien le enseño a tocar el violonchelo que era el instrumento con el cual, junto con algunos primos y hermanos, tocaba interpretando valses, polkas y otras melodías de aquella época, amenizando tertulias, fiestas y otras reuniones sociales.

En esa época en el medio rural, poca oportunidad había de estudiar algún oficio, mucho menos alguna profesión; no había escuelas a excepción de las que las iglesias fomentaban, por lo que los padres tenían que convertirse también en instructores de sus hijos para enseñarles alguna forma de ganarse la vida.

Fue entonces, al inicio de los años 30, cuando mi padre Manuel, el primogénito de Andrés, tenía apenas 8 años  y -ante la falta de escuelas que escaseaban debido a la guerra cristera- repitió la tradición familiar de aprender el oficio de músico y a esa temprana edad empezó a acompañar a mi abuelo a las “tocadas” que le contrataban. Obviamente por su corta edad y gran talento, era un curioso atractivo para los que lo veían y escuchaban tocando el violín, que adoptó como su instrumento. Gracias a esa atracción se fue desarrollando en mi padre un enorme carisma y un gran gusto por la música que provocó a que el cura del pueblo de Magdalena -donde ya vivían- de apellido Cornejo, sugiriera a mi abuelo que emigrara a la ciudad de Guadalajara, a escasos 80 kilómetros de distancia, para que pusiera a Manuel a estudiar violín con algún maestro de música, pues ya había asimilado todas las enseñanzas que mi abuelo y el pueblo podían brindarle. Le hizo ver también ante la falta de otras oportunidades, trabajar en la música facilitaba a que las bebidas alcohólicas -tan prolíficas en ese ambiente-, echaban a perder a más de algún talento musical. Mi padre ya era todo un adolescente que cautivaba con su música y obviamente su futuro no era muy claro en ese entorno.

Corrían los años 30’s y la familia de mi padre crecía de conformidad a las costumbres de antaño pues se iba acrecentando con un hijo más cada 2 años en promedio, por lo que ya para entonces eran 6 los hijos de Andrés. En esas fechas sucedió que mi abuelo decidió emigrar con toda su familia obedeciendo al consejo del señor cura Cornejo y contando además con su apoyo pues mediante su recomendación hacia otro párroco de nombre Román Romo en el barrio de Santa Teresita en Guadalajara, fue entonces que cambiaron su pueblo para radicar en la capital del estado.

Iniciaron rentando una casa en el mero corazón del barrio, a 3 calles de distancia de la parroquia que aún era un templo pequeño. Sin embargo, el cambio de residencia les cayó como anillo al dedo. Los otros hijos de Andrés, que seguían a Manuel en edad, aprendieron -enseñados por mi abuelo- también a tocar otros instrumentos: Rafael, el contrabajo, Gabriel, el acordeón, y mientras agarraban las suficientes habilidades musicales, mi padre y mi abuelo empezaron a trabajar tocando en las orquestas tapatías de aquella época. Mi padre además inicio sus estudios más profundos de violín con un reconocido maestro llamado José Trinidad Tovar.

El ambiente en el barrio y en la familia de mi abuelo se engranaron. La jovialidad y alegría que caracterizaban a mi padre eran el principal incentivo para que sus padres y hermanos encontraran acogida entre los vecinos del barrio de Santa Teresita y demás asiduos asistentes de la parroquia. Hicieron una linda amistad con el señor cura Romo, así como con las principales familias que ya radicaban ahí: los Altamirano, dueños de la tienda de abarrotes más grande del lugar; del fotógrafo Liberato Pérez -y su mujer Carmen- quien tenía su  estudio frente a la parroquia; a un lado encontrabas a Elías Orozco y su peluquería anexa a su casa donde vivía con sus hermanas y padres; la familia Cárdenas y su panadería; Tampoco se eximieron las amistades con los personajes más cercanos al curato: el organista de la parroquia Lorenzo Ruvalcaba y su esposa Tere; y no podían faltar los De la Torre de la Torre: José Guadalupe -sacristán del templo- y su esposa Alejandra, oriundos del mismo rancho, Santa Ana de Guadalupe, del cual procedía el señor cura Romo; las maestras de la escuela parroquial donde destacaba la directora a quien llamaban la señorita Carlota; los encargados del movimiento de  la ACCIÓN CATÓLICA, así como Mariquita Romo, a quien le decían Quica, hermana del señor cura. Muchos de ellos, con el transcurso de los años, se hicieron compadres de mis papás y su amistad perduró hasta el final de sus vidas.

Era todo un conglomerado de diferentes gentes con quienes coincidieron en muchas cosas, principalmente en las tradiciones familiares que en esa época eran ser respetuosas de las normas de urbanidad, sociales y morales, gentes que practicaban algún oficio y montaban algún taller de servicios o alguna tienda de abarrotes o ropa, o farmacia o algo similar como fondas, cenadurías, peleterías, panaderías, etc.  pero no llegaban a ser en modo alguno profesionistas o gente con estudios universitarios. Todos eran gente sencilla, trabajadora, respetuosas y amables de las personas y con un alto grado de la amistad, con una religiosidad profunda, formadores de hijos a los que les daban estudio superando las épocas amargas de las guerras civiles como fueron la Revolución y la Cristiada, anhelantes de forjar un nuevo México, libre de derramamientos de sangre. Todos ellos luchaban por hacerse de un hogar, y no nada más de una casa sino de un sitio en donde sentirse seguros, donde pudieran llevarse bien con los vecinos, donde pudieran sentirse libres, de ejercer sus respectivos oficios o poner sus negocios sin el temor a ser arrasados por las turbas en guerra.

La mayoría de estas familias, traían en sus formas de trabajar los oficios aprendidos de sus padres; todas generaban una gran cantidad de hijos e hijas pues los programas de planificación familiar aun no existían, pero hablar de estos temas eran contrarios a los usos y buenas costumbres y además su uso era mal apreciado por las ideas religiosas.

En ese crisol es donde se fundieron muchas almas, se forjaron muchas solidas amistades y se entretejieron unas familias con otras a través de sus miembros, engendrando nuevos hijos e hijas quienes son actualmente distinguidos personajes de la sociedad tapatía, que hasta la fecha ostentan orgullosamente su amor a sus orígenes en este conocido barrio.

Era común compartir entre amigos y vecinos los festejos familiares como los cumpleaños con fiestas infantiles con piñatas, pastel y gelatina, donde mi padre acostumbraba a tomar la fotografía del festejado ataviado con su mejor atuendo al lado de esos iconos festivos en el estudio de su amigo y compadre, el fotógrafo Liberato. Las fiestas entre adultos se celebraban con alguna comida o cena con un exquisito pozole cuya gran olla apenas era suficiente para todos los invitados, que luego de cenar se dedicaban a practicar sus mejores pasos en los bailes familiares en las que el tocadiscos y los consabidos “negritos” (discos de acetato de 45 rpm) tocaban las canciones de la época. Los licores acostumbrados eran a base de Ron, Aguardiente o Tequila con su respectiva Coca Cola y hielo. Hay quienes preferían las cervezas.

En otro ámbito, la parroquia se encargaba de promocionar en sus espacios los festejos de las fiestas patronales, así como las diferentes etapas del calendario religioso: la cuaresma, la semana santa, la pascua, o en mayo con los rosarios donde los pequeños ofrecían flores a la Virgen María o en diciembre cuando en las navidades iban los niños vestidos de pastorcitos a cantar villancicos, esperando después del rosario romper la piñata o esperar una bolsa de dulces. 

En ocasiones se organizaba el festejo por el cumpleaños del señor cura Romo, o de algún otro sacerdote o seglar que formaban parte de las personas allegadas al curato, entonces surgían las invitaciones a tocarles música en vivo, algo que era poco usual. Es ahí donde la presencia de la música que interpretaban en vivo fue el medio donde mi abuelo, mi padre y sus 2 hermanos se dieron a conocer más profundamente entre las personas prominentes del barrio. Fue en este entorno, y teniendo a la música como principal aliada, que crecieron en lo personal y artísticamente. Pasaron varios años, la familia de Andrés se consolidó como una de las más conocidas en el barrio, los hijos mayores fueron poco a poco encontrando a sus parejas y empezaron a formar sus propias familias. Con el paso del tiempo, ya en el año 1954 y unidos a otros dos músicos amigos, dejaron de participar en otras orquestas, decidieron dejar descansar a mi abuelo y formaron su primer conjunto musical: LOS VIAJEROS… Y con ese nombre que fue profético iniciaron sus primeras salidas a trabajar fuera de Guadalajara, por ejemplo, a la ciudad de México y a Acapulco-la que empezaba a convertirse en un centro turístico de renombre mundial-.
 
Luego se contrataron en una de las tradicionales y legendarias CARAVANAS ARTÍSTICAS, en este caso la que lideraba el conocido ventrílocuo PACO MILLER. Con ellos realizaron sus primeras giras artísticas a otras ciudades al norte del país,   en los estados de Sinaloa, Sonora y Baja California. Duraron varios meses ausentes y regresaron con otro nombre artístico: LOS CABALLEROS DEL RITMO.

Ya para entonces, el tiempo y las tablas adquiridas en tantos y diversos escenarios había logrado que su calidad artística fuera excelente y sus interpretaciones eran todo un suceso. También a su regreso, se sumaron otros dos miembros más de la familia al conjunto artístico: Andrés Jr., con guitarra y José Luis, como violín segundo. Sin embargo, sufrieron el deceso de Leonardo Ortega, uno de los amigos, pero les quedó Salvador Torres, cuyos contactos y amistades lograron que al paso de los años obtuvieran contratos en la ciudad de México, de cine, radio, televisión y en centros nocturnos. A partir del año 1958 inicia una nueva aventura donde el grupo musical con sus nuevos integrantes se vuelve a cambiar de nombre, ya que siendo 5 hermanos y un amigo adoptan el nombre de los HERMANOS MIRANDA, y las buenas expectativas obligan a que la familia emigre a la ciudad de México… pero eso es ya otra historia.

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