miércoles, 19 de agosto de 2015

"SANTO QUE NO ES CONOCIDO, NO ES VENERADO''

o    Tras varios estudios médicos realizados en Aguascalientes, los diagnósticos coincidían en la sentencia de muerte. Susana padecía una leucemia aguda que devoraba su cuerpo a los dos y medio años de edad. El dolor, el cansancio y los hematomas (moretones) en sus piernas y brazos aparecían cada vez con más intensidad. La tragedia tenía devastada a la familia.

Que los hijos sepulten a los padres forma parte del ciclo natural de la vida. Que los padres sepulten a sus hijos es una pena que no tiene consuelo. Así explicaba la familia la angustia por la que atravesaba.


Aquella mañana de junio de 2008, Clementina abordaba el primer avión que la llevaría a Toronto. La enfermedad de su nieta Susana era el motivo del viaje.


“La familia no se resignó y trasladó a mi nieta al Hospital Infantil de Toronto para que le hicieran un protocolo nuevo. Yo iba en avión de Guadalajara a México para después volar a Canadá. Estaba destrozada. Cuando me subí al avión identifiqué mi lugar sin mirar los números de los asientos… me llamó la atención el color del pelo y el peinado de quien sería mi compañero de viaje. A los 15 minutos, él me empezó a interrogar porque me observó angustiada y le platiqué el caso de mi nieta. Conoció la historia y antes de que el piloto nos dijera que nos pusiéramos el cinturón para aterrizar, el señor se quitó una cadenita con una medalla y me la puso en la mano. ‘Es el padre Toribio Romo —me dijo—, es muy milagroso; récele para que se alivie su nieta’. Yo le pregunté si era sacerdote (quien me regalaba la medalla) y me respondió que sí, que también él era padre y que pediría por nosotros. Apenas tuve tiempo para despedirme y darle las gracias… ni pude ver la medalla”.


Clementina ingresó a la sala de vuelos internacionales, se sentó y comenzó a observar los detalles de la medalla. Sorpresa. Tenía el mismo rostro del acompañante del avión. 


“Por la noche llegué a Toronto, le conté la historia a mi hija María Isabel (madre de Susana) y le mostré la medalla, pero ella no abundó sobre el tema. Al día siguiente mi hija me habló mientras observaba la pantalla de una computadora: ‘Tu acompañante, el de la medalla, es un santo’”.


Clementina, temblorosa, miró la pantalla. No lo podía creer. “Mi acompañante y el de la medalla eran uno mismo: ¡Santo Toribio Romo!”.


María Isabel se colgó la medalla y se fue al hospital para estar presente en los estudios de Susana. El encuentro de la madre e hija fue indescriptible —relata la abuela— porque la niña se mostró interesada por el santo y hasta pidió visitarlo en su templo (en Santa Ana de Guadalupe, Jalostotitlán). Horas después la niña comenzó a brincar en la cama: “¡Me voy a aliviar mamá, me voy a aliviar!”. 


Susana ya no perdió la fuerza física desde ese día. Hoy tiene seis años de edad y está completamente sana. “¡Es un milagro de Santo Toribio Romo!”.


La última guerra


En 1926 se registró la ruptura entre el Estado y la Iglesia en México. El presidente Plutarco Elías Calles ordenó la clausura de escuelas religiosas y la expulsión de sacerdotes extranjeros; también limitaba el número de presbíteros a uno por cada seis mil habitantes, pero éstos debían estar registrados ante las autoridades municipales.


El decreto presidencial provocó que los obispos no tuvieran garantías para ejercer su ministerio y suspendieron los cultos en agosto de 1926. Esto detonó la inconformidad del pueblo religioso, especialmente en Jalisco, donde la gente optó por levantarse en armas para exigir este derecho.


El saldo fue de 250 mil muertos, revela el historiador Jean Meyer. 


“La cifra, declarada por el ex presidente Miguel de la Madrid al diario francés más prestigioso, Le Monde, incluye a los combatientes de ambos bandos y a los civiles”. También el ex presidente Emilio Portes Gil (sucesor de Calles) hablaba en sus memorias de tres mil muertos al mes en combate. “Si la guerra duró alrededor de 30 meses, eso daría 90 mil combatientes muertos por parte de los dos bandos, así como 160 mil civiles (personas inocentes)”.


Entre los muertos destaca el padre Toribio Romo.


La canonización 


En mayo de 2000, el Papa Juan Pablo II elevó a los altares a 25 nuevos santos (y mártires) de la Guerra Cristera (1926-1929), encabezados por Cristóbal Magallanes, que ocho años atrás habían sido beatificados en Roma.

La causa de la canonización se completó, de acuerdo con el Derecho Canónico, luego de confirmarse que intercedieron y salvaron milagrosamente (1995) a María del Carmen Pulido Cortés, quien padecía una enfermedad incurable: quistes en los senos. 

Toribio Romo es el más socorrido de los 25 mártires cristeros que hace 12 años canonizó el Papa Juan Pablo II. Miles de historias de fe, sanaciones y ''milagros'' se le atribuyen.

— ¿Por qué Santo Toribio Romo es el que tiene más relevancia entre los 25? Era el más joven cuando fue asesinado en Tequila, Jalisco— se le pregunta a Ramiro Valdés Sánchez, promotor de la causa de canonización.

— Los 25 mártires son ejemplo de virtud, santidad y martirio con testimonio de la fe. Ciertamente, Santo Toribio ha tenido una proyección más amplia por los favores que concede a los migrantes y personas enfermas; se le ha hecho más propaganda. Incluso tiene parroquias en Guadalajara (se añade una capilla en el Children’s Hospital, en San Fernando, California), pero lo importante es su testimonio de vida: murió en tiempos difíciles.


El padre Tomás de Híjar coincide que en el grupo de los 25 mártires sobresale Toribio Romo por tres factores que no concurren en los otros:


Primero, tuvo un hermano sacerdote que llegó a ser muy notable como pastor en la Arquidiócesis de Guadalajara, don Román Romo, fundador del barrio de Santa Tere y del templo. Su memoria se mantuvo viva en una base popular muy fuerte, que resurgió con la beatificación en 1992 y luego con la canonización en 2000. 


Segundo, por el gran entusiasmo de los responsables del templo de Santo Toribio en la población de Santa Ana de Guadalupe (donde nació en 1900), quienes han dado un seguimiento muy integral a su memoria histórica, a la fama de santidad y a la asistencia respetuosa de personas que visitan la zona. 


Tercero, el mismo santo ha estado muy activo y tiene favores considerados como milagrosos, lo cual alimenta un culto como el que se viene tributando últimamente.


Sin duda, resume, es el que ha recibido un tratamiento más integral en el manejo de su fama de santidad. Además, “Santo que no es conocido no es venerado”.


De Híjar apunta que su legado fundamental fue la fidelidad a su ministerio. “Lo vivió en situaciones muy difíciles, fue obediente para las situaciones adversas como las que vivió con los dos párrocos de Sayula y Yahualica”.


En las reflexiones finales del trabajo de investigación Santo Toribio, de mártir de Los Altos a Santo de los emigrantes, sus autores Renée de la Torre y Fernando Guzmán Mundo resumen otros factores de su exitosa proyección: “A pesar de que no entró por la puerta grande de la Iglesia, pues fue canonizado en grupo junto con otros 24, además de que su martirio causó polémica por no cumplir con todos los requisitos, encontramos distintos elementos que contribuyeron a su santificación popular: uno de los más significativos es que existen pocos santos cuyos parientes tuvieran la visión profética de llevarlo a los altares desde el momento de su muerte; el mantenimiento de sus reliquias; las historias milagrosas que desde su muerte empezaron a circular y a certificar la creencia de su santidad y del poder de sus reliquias; la existencia de una cultura regional que tomaba a Santo Toribio como modelo legitimador de la cultura alteña y, finalmente, las nuevas necesidades de los mexicanos que migran constantemente a los Estados Unidos, generaron la creencia de que es el santo patrón de los migrantes, creencia que fue promovida por la actividad mercadotécnica implementada por el párroco del santuario. Es santo porque tanto él como los alteños viven su propio martirio. Podemos concluir que es la creencia popular la que sigue rescribiendo la hagiografía viva de los santos”.


En el templo de Santa Ana de Guadalupe se encuentran los restos de Santo Toribio Romo, así como la ropa que llevaba puesta cuando fue asesinado. Las muestras de fe para el santo se demuestran en la visita de más de 50 mil personas en un solo día: el 25 de febrero de 2007, en el aniversario del venerado personaje.


15 mil visitantes a la semana


El promedio de visitas a la semana se registra en 15 mil en el pequeño templo, pero el próximo 12 de octubre se inaugura el nuevo inmueble para mil 200 personas sentadas, con espacios para tareas de evangelización, servicio y estacionamiento. Todo se construyó con donativos de fieles tras seis años de gestiones.


“Hay miles de testimonios de fe a favor de Santo Toribio —documenta el sacerdote Gabriel González Pérez, párroco del pequeño poblado de Santa Ana, que tiene menos de 400 habitantes—. Dentro de la vida de los santos, Dios también sabe elegir y decidir quién quiere que sea más conocido en el aspecto espiritual. Santo Toribio fue un hombre muy humano, por eso hay muchas manifestaciones de fe o apariciones (del santo), que son los testimonios que continuamente recibimos”.


En pleno apogeo de la Guerra Cristera, el joven Toribio Romo recibió la encomienda de la Parroquia de Tequila, una misión riesgosa porque el municipio era uno de los lugares con más persecución contra sacerdotes, subraya en su biografía la Arquidiócesis de Guadalajara. Pero no se intimidó y localizó una antigua fábrica de tequila abandonada para utilizarla como refugio y lugar para celebrar misas.


“Señor —oraba—, perdóname si soy atrevido, pero te ruego me concedas este favor: Te ruego me concedas morir sin dejar de decir misa ni un solo día”.


El futuro santo presentía su muerte. El 23 de febrero de 1928 prácticamente se despidió de su hermano Román, con quien celebró el Santo Sacrificio para después confesarse con él y pedirle su bendición. Antes de irse le entregó una carta con el encargo de que no la abriera sin orden expresa. Para el viernes siguiente, después de celebrar la misa, quiso poner todo al corriente. A las 4:00 de la mañana pensó celebrar la misa para luego acostarse, pero lo reconsideró y optó por dormir un rato más. Una hora más tarde, soldados federales y agraristas sitiaron el lugar. “Este es el cura, ¡Mátenlo! —ordenó uno de los integrantes de la tropa—”. Lo acribillaron.


Devoción de los migrantes


Jesús Buendía Gaytán, un campesino zacatecano de 45 años de edad, recuerda que hace dos décadas decidió irse de indocumentado a Estados Unidos para buscar empleo. Cuando cruzó la “línea” fue descubierto, con otro pequeño grupo, por la patrulla fronteriza y se internó en el desierto. Tras varios días vio una camioneta que se acercaba, de la que bajó un individuo de apariencia juvenil, delgado, tez blanca y ojos azules, quien le ofreció agua y alimentos. También le prestó unos dólares y, a manera de despedida, le dijo: “Cuando tengas dinero y trabajo búscame en Jalostotitlán. Pregunta por Toribio Romo”.


Luego de una temporada exitosa en California, Jesús regresó y quiso visitar a Toribio. Casi le da un infarto cuando vio la fotografía de Toribio en el altar mayor de la iglesia de Santa Ana.


“La anterior es una de miles de historias que convierten a Toribio Romo en el santo protector de los migrantes —detalla Juan Manuel Martínez Marrón, quien escribió una obra de teatro sobre la historia del santo—. Soy amigo de un sobrino-nieto de Santo Toribio, de nombre Omar, y su historia se platica mucho en su familia. Su hermano Román Romo (padre de Santa Teresita) fue uno de los grandes difusores de la vida e historia de Toribio, por eso junté muchas anécdotas y trabajo de campo para escribir la obra. La abuela de mi amigo platicaba mucho sobre la devoción de Toribio, y uno de los puntos dramáticos es una carta que le escribe Toribio a su hermano Román, en donde el santo prácticamente se despedía antes de ser asesinado. Allí pedía que cuidara a sus padres y familiares. Presentía su muerte”.


El padre Tomás de Híjar añade que los migrantes son parte importante en la celebridad del santo. “Sobre todo por una zona depauperada (la Región de Los Altos), donde muchos tienen lazos afectivos o vinculados con Estados Unidos. El santo mantiene una conexión con las raíces y los procesos tan violentos que sufren los migrantes”.


El contexto de esos hechos violentos se documenta en las matanzas de 265 indocumentados en San Fernando, Tamaulipas, quienes pretendían cruzar la frontera. En agosto de 2010 fueron asesinados 72 centroamericanos y sudamericanos por el Cártel de Los Zetas, y entre marzo y junio de 2011 se le atribuye a la misma banda la matanza de otros 193 mexicanos y un guatemalteco, encontrados en fosas clandestinas. En la segunda matanza, 90% de los mexicanos fue asesinado a golpes con mazos, marros u otros objetos porque se negaron a trabajar para la delincuencia.


“Vámonos al Norte”


Sobre el interés de migrantes, añade el padre Gabriel González Pérez, “me sorprende saber que Santo Toribio, cuando era seminarista, escribió una obra que se llamó ‘Vámonos al Norte (1920)’. Esto es impresionante porque desde que era joven se preocupaba por ellos y ahora los ayuda desde el cielo. Es el buen pastor”.


Hay varias historias que impactan al padre Gabriel, pero destaca dos. El primer testimonio involucra a dos hermanos de San Ignacio Cerro Gordo que se fueron a Estados Unidos. Sus papás visitaron el templo en Santa Ana para pedirle protección a Santo Toribio, “compraron un cuadro y lo pusieron en su casa. A los 15 días volvieron los muchachos y vieron la foto; ellos se abrazaron llorando porque el mismo personaje les dio dinero para que regresaran porque sería imposible cruzar la frontera. Su vida estaba en riesgo y Santo Toribio los alertó”.


El segundo testimonio: “Hace tiempo vino una persona de Aguascalientes, un domingo, y lloró mucho ante los restos del padre Toribio porque le hizo un milagro. Ella tenía un tumor y nadie se animaba a operarla porque era canceroso y estaba junto a las cuerdas vocales, pero en una ocasión el doctor se sintió tan seguro que aceptó intervenirla. La historia es que el día de la operación un sacerdote quería entrar al quirófano, pero le negaron el acceso. La enfermera avisó a los doctores ante la insistencia, pero le negaron el ingreso. Después, el doctor le preguntó a la paciente sobre el sacerdote que quería entrar y ella le respondió que se encomendó a Santo Toribio. Cuando la enfermera vio la fotografía del santo, confirmó que era el mismo que quería entrar.


“Esto lo platiqué en una ocasión como testimonio, y un señor puso mucha atención porque conocía al oncólogo que intervino a la paciente. El resumen es que ambos doctores vinieron a Santa Ana impactados por la historia. Todo indica que Toribio estuvo presente en la operación de esa señora”.


FERVOR POPULAR


Paisanos en Chicago


La comunidad de jaliscienses de Chicago y su zona conurbada, realiza hoy  una procesión con la imagen de Santo Toribio Romo dentro de los festejos de la Virgen del Carmen, como se ha realizado en años recientes en la localidad de Melrose.



Promesas y rezos


El templo de Santo Toribio Romo recibe hasta 15 milperegrinos en promedio cada semana en Santa Ana de Guadalupe, Jalostotitlán.


En el recinto se acondicionaron algunos cuartos para la colocación de testimonios escritos, en los que coinciden los “milagros” realizados por el santo.


Victoria Herrera de Carreón, Francisco Hernández Orozco, Daniela Martínez Cuéllar y José David Gómez forman parte de las cientos de historias que se exponen. Tras padecer diferentes tipos de cáncer y graves accidentes, los involucrados salieron con vida gracias a la intervención de Toribio Romo. También hay historias de migrantes que tuvieron éxito en Estados Unidos. Hasta jugadores exponen sus camisas porque el santo intervino para que llegaran a la primera división profesional.


 Historias de un culto y del manejo de su fama
o    Por: Mario Muñoz
GUADALAJARA, JALISCO (15/JUL/2012)

jueves, 13 de agosto de 2015

ORIGENES DEL BARRIO DE SANTA TERESITA

Entre 1930 y 1950, los migrantes campo-ciudad de la zona occidente del país, encontraron acomodo en los nuevos barrios que surgían en la tierra privada de la periferia de Guadalajara. Ahí, los empresarios urbanizadores podían hacer prácticamente lo que desearan: los reglamentos municipales eran mínimos. El crecimiento de la ciudad provocaba una fuerte  de trabajadores en la construcción; pero además proliferaban las pequeñas industrias y talleres –las cuales cobraron ímpetus aún mayores a partir de los años de la Segunda Guerra Mundial- y múltiples servicios eran requeridos. Esta bonanza económica ayudó a paliar el descontento de una población que había llegado a la urbe huyendo de la violencia de la Cristiada, de la represión persistente y de los enfrentamientos agrarios. Durante la década de 1930 se llevó a cabo la reforma agraria en el estado de Jalisco. El proceso fue violento y no exento de contradicciones.
El barrio de Santa Teresita nació en la década de 1920, en un amplio terreno agrícola situado al occidente de la ciudad de Guadalajara, no lejos de las nuevas áreas residenciales. Los dueños del terreno simplemente trazaron calles rudimentarias y procedieron a vender lotes, sin preocuparse por instalar servicios de agua o drenaje, ni por construír aceras; el tamaño de los lotes dependía de lo que podía pagar el comprador. La mayoría eran muy pequeños (entre 40 y 60 metros cuadrados), pero los migrantes mas ricos y algunos especuladores citadinos compraron espacios mas amplios para construir vecindades (casonas multifamiliares) y rentar cuartos a las familias mas pobres. Sin embargo, la llegada en 1933 de un sacerdote que traía la misión de fundar una parroquia y hacerse cargo de los fieles, marcó el comienzo de la consolidación del barrio.
El padre Román Romo era un personaje carismático y autoritario, emprendedor y agresivo, miembro de una familia alteña de ex cristeros (él mismo había sufrido cárcel y su hermano mayor, Toribio Romo, también sacerdote, fue asesinado por el ejército federal). Tras él fueron llegando otras familias, algunas de parientes y paisanos suyos, y la colonia se fue poblando alrededor de una capilla que servía como sede parroquial. Pronto el padre Romo fundó una rama local de la Acción Católica –una asociación laica dependiente de la parroquia- con secciones para hombres, mujeres, jóvenes y niños. Las familias de Santa Teresita eran inducidas a participar en las reuniones de Acción Católica y por tanto esta se convirtió, junto con las redes de parentesco, en un espacio social relevante. Fuera de estos dos espacios, en el mundo urbano de los migrantes presentaba una fuerte fragmentación. Por ejemplo, el ámbito de trabajo ofrecía empleos efímeros, en obras de albañilería o en empresas pequeñas de manufactura y servicios. Ninguno proporcionaba la oportunidad de crear vínculos horizontales con muchas otras personas. En cambio, el ámbito parroquial permitía –y lograba- una mayor escala y estabilidad en las relaciones sociales. Incluso las actividades recreativas –teatro, cine, kermeses, fiestas- giraban en torno a la parroquia. Por añadidura, no pocos jefes de familia consiguieron empleo por recomendación del párroco y sus parientes.
Las reuniones de Acción Católica fueron también el contexto donde se buscaron soluciones a la falta de servicios urbanos. El párroco instó a los feligreses a que cavaran un pozo de agua potable y construyeran letrinas debidamente controladas. Organizó colectas y brigadas de trabajo para empedrar las calles y recoger la basura. También con trabajo voluntario y limosnas fundó escuelas para niños y niñas, un “pre-seminario”, un centro social, un orfanato, un hospital, un dispensario, y emprendió además la construcción de un enorme edificio para la iglesia parroquial. Al frente de estos establecimientos se encontraban parientes y amigos cercanos del cura; algunos dedicaban tiempo exclusivo a las obras parroquiales, a menudo sin cobrar un solo centavo. Por último, de las filas de Acción Católica surgieron varios comités, presididos por el propio señor cura Romo, que negociaron repetidamente con el ayuntamiento la dotación de servicios públicos al barrio. También se encargaron de visitar periódicamente tanto a los antiguos propietarios del terreno donde se construyó Santa Teresita como a las familias más afortunadas del mismo barrio (los mayores tenderos y algunos fabricantes medianos) para solicitarles donativos destinados al beneficio público.
La Acción católica permitía la creación de vínculos con ciertas personas de posición social elevada    -que no vivían en Santa Teresita-. Que se convirtieron en benefactores del barrio; además de ayudar en los trámites de urbanización, donaban despensas y juguetes para los niños de las escuelas y contribuían a las obras materiales de la parroquia.
Después de 1950 se contó ya con pavimento, drenaje y agua domiciliaria. Se construyó el mercado municipal “Manuel Avila Camacho” en las calles Juan Álvarez y Andrés Terán. A partir de 1960, se instaló el servicio de electricidad y alumbrado público.
Desde entonces; Santa Teresita se encuentra plenamente integrada a la vida urbana de Guadalajara, convertida en una zona de comercio popular, y la población es ahora más heterogénea; pero el padre Romo continuó siendo la figura dominante en el barrio, hasta su muerte, ocurrida en 1981.
Cuando murió Tata Romo (como se le conocía en el barrio), las campanas doblaron 24 horas seguidas. Su cuerpo fue expuesto en una vitrina colocada en posición vertical junto al altar mayor y lo “visitaron” miles de personas. Sus admiradores lo consideran “un santo”, y cada año se conmemora solemnemente el aniversario de su fallecimiento.
A través de sus sermones, de sus artículos en el periódico parroquial –llamado “Lluvia de Rosas”-, de las obras de teatro que escribía y de su incansable contacto personal con las familias, el párroco transmitía un discurso de catolicismo integrista, unido a una ética de trabajo y cooperación. Fomentaba las prácticas religiosas (“devociones”) tradicionales –confesión, comunión, rezo del rosario, novenas, visitas al Santísimo…-donde se concedía especial importancia a las relación individual con Dios, la Virgen y los santos. En las escuelas parroquiales, la pereza y la falta de éxito eran severamente reprobadas y castigadas. De la feligresía en general se demandaba trabajo voluntario y continuo, y al mismo tiempo se repetía que la primera obligación era “sacar adelante a la familia”. De hecho, muchas de las personas cercanas al padre Romo prosperaron económicamente y sus hijos son ahora miembros de la clase media profesional. Por otro lado, aparecía en el discurso y en la práctica una hostilidad tanto hacia el Estado liberal y revolucionario, como hacia todo lo que se desviara de la ortodoxia y pureza de costumbres. No se toleraban las modas “provocativas”. Las escuelas parroquiales nunca buscaron el reconocimiento gubernamental, pues eso implicaba aceptar la influencia del laicismo oficial. En el currículum tenían gran relevancia las clases de religión e historia de la Iglesia católica; en la versión de la historia de México que enseñaba los héroes eran católicos ortodoxos, y los liberales y masones eran los villanos. Para el padre Romo, el héroe nacional más importante era Agustín de Iturbide, primer emperador de México, cuyo nombre se asignó a la escuela para niños y a una calle importante del barrio.
Los protestantes nunca pudieron entrar abiertamente al barrio; cuando los predicadores o propagandistas evangélicos osaban presentarse, el sacristán, en bicicleta y tocando una campana, convocaba a los muchachos para que los expulsaran a pedradas. Sufrían iguales ataques quienes intentaban abrir cantinas o bares de prostitutas, e incluso la policía tuvo que contar con el beneplácito del párroco.
En materia de política formal, los feligreses de Santa Teresita simpatizaban con los partidos conservadores, particularmente el Partido de Acción Nacional (PAN). Que siempre obtenía el mayor número de votos vecinales. El Partido Sinarquista. Aún más inclinado a la derecha, también obtenía votos en el barrio; de aquí salió el único candidato de este partido que compitiera por la gubernatura del estado en 1964. No obstante, en la vida cotidiana el rechazo al gobierno era algo abstracto y banal. El padre Romo no hablaba de política en el púlpito, pues el cardenal arzobispo de Guadalajara lo tenía prohibido: además era obvio que el ayuntamiento priísta había ido respondiendo favorablemente a las demandas de servicios urbanos y que el propio señor cura Romo tenía amigos en la administración municipal. La única manifestación antigubernamental violenta ocurrió en 1961, cuando Santa Teresita se convirtió en uno delos ejes de la protesta contra la imposición de libros de texto oficiales en las escuelas primarias. Pero la beligerancia duró poco, gracias a la intervención apaciguadora del propio cardenal arzobispo.
En los últimos 15 años de vida del padre Romo, disminuyó el control parroquial sobre el territorio del barrio. Tanto él como sus principales colaboradores habían envejecido y las siguientes generaciones se dispersaron por toda la ciudad. Se derribaron las vecindades, se construyeron edificios comerciales, se abrieron escuelas de gobierno, brotaron negocios de todo tipo –incluso cantinas-. La gente ya no iba al hospital parroquial sino a clínicas gubernamentales. Apareció mucha gente nueva, incluso ateos y protestantes. Actualmente los grupos de Acción Católica continúan siendo fuertes, pero su influjo ha quedado virtualmente reducido al ámbito de las prácticas religiosas.

                         Extraído del libro:
 "Religión y política en los barrios populares de Guadalajara"
Autores: Guillermo de la Peña y Reneé de la Torre





¿RECUERDAS CUYUTLÁN?...



¿RECUERDAS CUYUTLÁN, JÓSE, MI AMADA?
BELLO LUGAR QUE VIERON NUESTROS OJOS
DONDE VIUDA AL CASARNOS TE DEJABA.

¡QUÉ PUNTADA, MI BIEN, LA DE TU ESPOSO!
AL PONERSE A CRUZAR LA OLA VERDE
MIENTRAS QUE TU MI AMOR, ESTABAS EN REPOSO.

MIS PADRES ERAN LOS ÚNICOS TESTIGOS
DEL MOMENTO FATAL QUE PRESENCIABAN
QUE SE AHOGABA TU ESPOSO MANUEL SIN UN AMIGO.

EL DOCE APENAS HABIÁMONOS CASADO
CIHUATLÁN, CUARENTA Y NUEVE, FUE EN DICIEMBRE
CUANDO EN MISA DE OCHO FUE EFECTUADO.

NOCHE DEL DOCE, EN MANZANILLO DESCANSAMOS
MADRUGADA DEL TRECE A CUYUTLÁN LLEGAMOS
FECHA CATORCE EN GUADALAJARA CELEBRAMOS.

CUATRO NOCHES DE HUÉSPEDES PASAMOS
CON MIS PADRES Y TODA LA FAMILIA
EL DIECIOCHO A NUESTRO HOGAR NOS TRASLADAMOS.

JUAN ALVAREZ, CERQUITA DEL SANTUARIO
DE GUADALUPE, LA VIRGEN QUE NOS CUIDA,
FUE NUESTRO NIDO DE AMOR, NUESTRO SAGRARIO.

CALLE CUARENTA Y NUEVE DE REFORMA
FUE EL SEGUNDO LUGAR DE RESIDENCIA
DE CHEPINA Y MANUEL, NO SE CONFORMAN.

PORQUE DESPUES EN PLENO TIEMPO DE AGUAS
NOS AHOGABAMOS LOS DOS EN NUESTRA CASA
CUANDO A VISITA MIS PADRES NOS LLEGABAN.

NOS CAMBIAMOS DE ALLI PARA OTRO BARRIO,
TERESITA LLAMO A ESTOS DOS PICHONES
Y EN SARCÓFAGO FUE EL TERCER SANTUARIO.

AHÍ NACIÓ EL PRIMER FRUTO, QUE ENLUTARA
A 24 HORAS DE NACER, NUESTRA EXISTENCIA
¡Y QUE UN AMARGO DOLOR NOS EMBARGARA!

FUE EL CINCUENTA Y EN EL SIGUIENTE AÑO
NOS NACIÓ OTRA NIÑITA… ¡QUÉ INFORTUNIO!
¡A LOS TRES DIAS NOS DEJO EN EL MES DE JUNIO!

CINCUENTA Y DOS LLEGÓ, AHORA VIVÍAMOS
EN JUAN ÁLVAREZ, ENFRENTE DE MIS PADRES
JOSÉ LUIS NACIÓ, NOS DESVIVÍAMOS.


MANUEL MIRANDA                 

LOS PRIMEROS AÑOS

A su llegada a la ciudad de Guadalajara, la vida de los recién casados empezó siendo un pequeño caos dentro del hogar de la familia Miranda Curiel ya que la sorprendente y precipitada boda de Manuel, el hermano mayor de esa numerosa familia, agarró a más de alguno de sus hermanos completamente desprevenido, pero eso no impidió desde luego que se realizaran los festejos por tan feliz acontecimiento.
Pudo finalmente más la curiosidad de la novedad y fueron bien recibidos aceptando la nueva situación que ya era una cuestión totalmente irrevocable; se les hizo el espacio necesario a los recién casados para que estuvieran confortablemente hospedados, entre tanto podían encontrar donde poder establecerse en su nuevo hogar.  
La familia de Manuel era muy numerosa, la integraban 5 hermanos: Manuel, Rafael, Gabriel, Andrés hijo y José Luis y 4 hermanas; Julia, Angelita, Elisa y Martha. Sus padres eran Andrés, filarmónico celista por tradición, y Rafaela, oriundos de la zona de Magdalena y Hostotipaquillo, en donde vivieron anteriormente. 

La mayor de las hijas, Julia, tenía poco de haberse casado y su primer hijo, Javier, apenas contaba con 6 meses de edad, así que solo eventualmente visitaba a sus padres. Todos los demás hermanos vivían entonces juntos. Andrés, con oficio de músico, era quien enseñaba a sus hijos varones la tradición musical familiar y en base a la antigua manera de educar que postulaba la frase de que "la letra, con sangre entra", los hacia aprender a solfear y a tocar algún instrumento y ya había ya aventajado a los siguientes hermanos de Manuel, enseñando a tocar el bajo a Rafael el acordeón a Gabriel. Los más jóvenes apenas estaban en edad de acudir a la escuela primaria. De las mujeres ni hablar, según las costumbres de la época, deberían enseñarse a ser buenas amas de casa esperando a ver si el duro celo paternal por las hijas, les podía permitir encontrar algún pretendiente.


En esos días del matrimonio de Manuel, su familia tenía algunos años de haber emigrado a Guadalajara buscando darle a Manuel una mejor escuela donde aprendiera a tocar mejor el violín. Tenían varios años viviendo en el barrio de Santa Teresita en la antigua periferia de Guadalajara, donde el señor cura Cornejo, párroco de su antiguo pueblo de Magdalena, les había conseguido la protección y el cobijo de su amigo el señor cura Román Romo González, quien hacia labor de construir una nueva parroquia en ese barrio... ¿Quien iba a adivinar en aquellos entonces, que estaban bajo la tutela del hermano de uno de los más celebres santos mexicanos: santo Toribio Romo?
Inmediatamente a su arribo, Manuel anduvo buscando donde rentar una casa pequeña y a la vez comprando los enseres domésticos y los muebles esenciales para tener lo indispensable en su nuevo hogar, labor que le llevó cuatro días. Su primer hogar fue una casita pequeña en la calle de Juan Álvarez, por el rumbo del barrio del Santuario de la Virgen de Guadalupe, lugar de mucha tradición por ser el lugar de abolengo en donde se venera a la morenita del Tepeyac en esta ciudad.
Establecidos en su nueva casa, la vida para los nuevos esposos fue transcurriendo lentamente y así, de esa manera, fueron poco a  poco intentando adaptarse a los cambios de vida que se habían empezado a generar.
Josefina se enamoraba cada vez más de Manuel, quien con su carácter extremadamente alegre y social contrastaba con la taciturna y natural timidez de ella, una jovencita pueblerina de 17 años. Cuando él se hallaba con ella, era como si saliera el sol pero cuando él tenía que salir a trabajar, ella se la pasaba sola mucho tiempo pues no conocía a nadie, y además de que su manera de ser era muy callada, con un carácter sencillo e introvertido que le dificultaba el socializar con otras personas; aunado a lo anterior, tampoco sabia moverse en una ciudad nueva y totalmente desconocida para ella por lo que tampoco podía salir a visitar a sus nuevos familiares.
Pasaron 6 meses y tratando mi padre de resolver esa situación, busco acercar su hogar al de sus padres y se mudaron a otra casa más próxima a ellos, en el número 49 de la calle Reforma, con el fin de poder tener la manera de hacer el recorrido entre ambas con una simple caminada. Lamentablemente llegó el temporal de lluvias del año de 1950 y durante una tormenta muy intensa, típica de la región tapatía, mientras los padres de Manuel estaban de visita, la nueva casa evidenció que no estaba en condiciones de soportar el embate de la lluvia y empezó a minarse el agua por doquier causándoles una enorme inundación en la cual de manera exagerada se puede decir que solo faltó que se ahogaran.
Esto obligó a Manuel a buscar un mejor lugar más seguro y protegido y lo pudo encontrar por la calle de Sarcófago. Así establecieron su tercer hogar en el barrio de Santa Teresita, en el cual mi padre se sentía en su ambiente pues había generado en su entorno un gran número de amistades. Recordemos que su sociabilidad era su sello característico. Sin embargo, para mi madre, sus únicas y eventuales compañías eran los miembros de su nueva familia política, a quienes una vez que se les había pasado la novedad, no les representaba muy atractivo visitarla, principalmente por la personalidad poco sociable que tenía mi madre y porque no tenían muchos nexos en común.
Como consecuencia, ella empezó a descuidarse en algo que le era habitual: en dejar de tomar sus alimentos; no era ella de buen comer y por eso estaba muy delgada. La única persona que, a base de mimos y atenciones, lograba hacer que se alimentara regularmente, era mi abuela Chepa. Mi madre comenzó a extrañarla mucho, así como al resto de sus hermanos y demás familiares.
Pero ella nada decía, permanecía callada, sin emitir una palabra de su sentir interior. Se esforzaba en cumplir como buena esposa con sus obligaciones hacia su marido, a quien amaba profundamente. Contaba mi abuela Chepa que en su época de noviazgo por correspondencia, a Josefina le encantaba escuchar en la radio melodías interpretadas en violín, pues con ellas le florecía una cara de ensoñación recordando al violinista de sus amores.
Al transcurso de unos pocos meses estaba la nueva pareja aún más llena de alegría esperando la llegada de su primer hijo, dicha que lamentablemente se ensombreció debido a que durante el embarazo, las condiciones de salud de mi madre Josefina no eran las mejores pues se manifestaba en ella una anemia perniciosa producida por su excesiva delgadez y por la falta de una buena de alimentación, así como de los nuevos hábitos aun no asimilados, lo que ocasionó que la niña a quien bautizaron con el nombre de María Teresa, que llegó a este mundo en el mes de septiembre de 1950, falleciera a los pocos días de nacida. 
Transcurrido casi un año, en el mes de agosto de 1951, un segundo intento de ser padres volvió a malograrse pues mi madre Josefina estaba aún más debilitada en su físico ya que con al paso de los meses su anemia se agudizó;  la nostalgia por su pueblo y su familia la habían hecho mella sin que nadie lo notara: sin saberlo, se había convertido en una persona totalmente anoréxica

Se hizo entonces necesaria la intervención médica. Cuando empezó a acudir a sus consultas médicas para el control de su segundo embarazo, los médicos la atendieron en calidad de urgencia para tratar de levantar el estado de salud de mi madre, pero ni así pudieron lograr que el embarazo se desarrollara bien y pudiera nacer el bebé sin complicaciones.  A esta nueva hermanita la llamaron María Alicia, y aunque su lucha por sobrevivir se prolongó durante 3 días, Dios también la llamó de vuelta a Su lado

Con la tremenda depresión causada por este segundo deceso, mi madre Josefina de ninguna manera quería probar alimento y la nostalgia por su madre y hermanos creció a tal grado que fue necesario que su madre, mi abuela Chepa, emprendiera, en un acto de cariño por su hija, un viaje para visitarla, acompañarla y cuidarla de tiempo completo; comprendiendo que el esfuerzo de su hija Josefina al realizar un  total cambio de costumbres, de su entorno, sumada a la lógica nostalgia por sus habituales cariños había sido demasiado.
Con la llegada de su madre y hermanos, al cabo de unas semanas, obviamente la salud y el ánimo de mi madre Josefina mejoraron muchísimo, al punto de que no deseaba que regresaran a Cihuatlán. Le pidió, le suplicó y le lloró que se quedara hasta que pudo convencerla. A los pocos días la abuela Chepa regresó con sus hijas Leonor y Raquel para quedarse a vivir en Guadalajara y encontraron otra casa rentada en la calle de Angulo por el mismo barrio de Santa Tere.
Mis tios Benjamín, José y Fausto, hermanos de mi madre, trabajaban entonces como choferes de los camiones de carga de su patrón por lo que continuamente viajaban desde su costeño pueblo hasta la ciudad de Guadalajara. Eso facilitó mucho las cosas, pues de esa manera tampoco ellos dejarían de frecuentarse.
La suerte empezaba a sonreírles, pues logró Manuel conseguir otra casa exactamente frente a la casa de sus papás, en la calle de Juan Álvarez de nueva cuenta; pero enclavado en  el mismo barrio de Santa Tere; logrando con ello grandes mejoras en la forma y modo de cuidar y proteger a mi madre Josefina, valiéndose de la ayuda de sus hermanas Julia y Angelita lo que en muy poco tiempo se tradujo en una enorme y significativa mejoría para su salud física y emocional.
Parecía que las condiciones ahora si serían favorables para que el tercer intento de lograr tener su primer hijo fuera exitoso. Y efectivamente, así fue. A la mitad del año de 1952 nació José Luis, o sea yo mismo, el que redacta estas letras, un apuesto varoncito que rompió la mal lograda llegada de niñas, lo que produjo una alegría sin igual a los nuevos padres, quienes por fin después de esperar durante 2 años y medio lograron tener a su hijo primogénito en brazos.

LA OLA VERDE

Después de salir de Cihuatlán, tomaron rumbo hacia el puerto de Manzanillo donde pernoctaron para pasar la primera noche de bodas. La luna de miel se llevo a cabo en los pocos días disponibles antes del regreso a Guadalajara y después de cumplir con el itinerario de otros eventos religiosos que mi padre tenía programados, ya que debía ir a tocar con su violín  en la Parroquia de Cuyutlán, Colima. Además de lo curioso del recorrido luna mielero, lo más simpático fué la compañía de la familia de mi padre durante el resto del viaje. 
Y así llegaron al siguiente día a disfrutar de las playas de Cuyutlán, que es una balneario muy conocido que se sitúa a poco más de 60 kilómetros al sureste de Colima en dirección al municipio de Armería. Es uno de esos balnearios en los que se puede disfrutar de la temperatura del agua, de la arena, de las bellas puestas de sol o de sus olas... especialmente, pues precisamente en Cuyutlán, una población a borde de playa conocida por la famosa "Ola verde”, una singular y enorme ola a la cual el color verde del agua del mar le da el nombre con la que es conocida y que se forma de manera visible durante los meses de abril, mayo y junio y que llega a alcanzar hasta 10 metros de altura. 
Una mañana de junio de 1932 el pueblo de Cuyutlán comenzó a temblar y la gran ola verde apareció con una altura de entre 20 y 30 metros, tragándose literalmente este lugar al llegar a 100 metros tierra adentro. Cuyutlán quedó destrozado e incomunicado. Desde entonces la ola verde se ha convertido en una leyenda que, afortunadamente nunca ha vuelto a aparecer con tales proporciones, pero si con las suficientes como para atraer a un gran número de visitantes.Y es que hay que tener en cuenta que este balneario se caracteriza también por un mar de fuerte oleaje que atrae a los amantes del surf y de otros deportes acuáticos... pero que también ha sido el trágico escenario para muchas personas que envueltas en ella han encontrado la muerte ahogadas al no poder salir de su fuerte resaca.



Pero sigamos con nuestro relato de la luna de miel: fué cuando la flamante y feliz recién casada por poco pasa a ser una flamante e infeliz viuda, pues mi padre tuvo ahí una cita con su destino. Él era un excelente nadador; recuerdo que el agua era un elemento donde se desenvolvía con mucha habilidad y destreza, por lo que, seguro de sí mismo como siempre, no midió riesgos y quiso enfrentarse a la Ola Verde.

Decididamente entró al mar, y con temeridad atravesó la ola, quedando en el punto en el cual la resaca de la misma no le permitió emprender el regreso a la playa. Fue un largo espacio de tiempo de lucha, esforzándose en ganarle a esa mole de agua, intentando aprovechar un momento en que la corriente le fuera favorablepero después de muchos largos minutos, que parecieron ser horas, el cansancio y la desánimo empezaron a causar mella en el ánimo de mi padre.
Pasado un muy buen rato, sus padres empezaron a darse cuenta del drama que se estaba avecinando. Manuel seguía en el mar, muy adentro y desde la playa no se explicaban la razón del porqué duraba tanto tiempo sin volver. Seguían pasando los minutos que se hicieron eternos y desde la distancia podía verse el tremendo esfuerzo que Manuel estaba realizando para poderse zafar de las garras de la muerte que afanosa no le permitía salir de las traicioneras aguas.
Su lucha era sin tregua, sin nada ni nadie que lo pudiera auxiliar, ni un hermano ni un amigo que le pudiera ayudar, la soledad y su realidad eran tremendamente espantosas. Se encomendó a Dios aceptando lo que fuera pero finalmente y después de casi darse por vencido, se presentó el momento de suerte que tanto esperaba y en un resquicio adecuado, tuvo al fin su oportunidad y pudo afortunadamente rebasar a la inversa la línea del no retorno logrando por fin volver a poner los pies sobre la arena de la playa.
Salió lívido, transparente, desencajado y exhausto, sabía que había enfrentado a la muerte y había salido victorioso. Después él mismo platicaba que hubo momentos en que sintió que era su fin, pero su fuerza de voluntad y la protección divina lo ayudaron a salir adelante. Al estarse secando al sol con el traje de baño aun escurriendo, su mirada se perdía en el infinito viendo el horizonte del mar y a su temible enemiga a la que pudo vencer ese día, luego nerviosamente emprendió una caminata a lo largo de la playa, para orar en agradecimento al Creador y meditar en lo sucedido.
Después su caminata, recuperar el aliento y  la alegría que siempre lo caracterizaron, al regresar al lugar donde mi madre reposaba dormida en la playa, mi padre la despertó para darle un beso. Ella no tenia ni la mas mínima idea de que en ese breve lapso de sueño, durante esa su leve desconexión del mundo real, la fuerza de la naturaleza estuvo a punto de terminar de manera trágica sus breves días de feliz matrimonio. Fué sino hasta más tarde que se enteró de lo sucedido, cuando mi padre le contó de su lucha contra el mar. Era un hecho que Dios tenia para esos recién casados otros planes muy distintos a los de un funeral.