Durante la segunda
mitad de la década de los años 40’s, en la población de Cihuatlán, ubicada a la orilla del río Maravasco en los
límites del estado de Jalisco con el de Colima, mi padre Manuel Miranda,
realizaba sus trabajos de tocar con la música de su violín, en los eventos
religiosos en la parroquia el lugar, como parte de los rituales que
conmemoraban las fiestas anuales y como es tradición en los pueblos de México.
En uno de esos días del año 1947 o 48, no lo sé muy bien y para el caso da igual, fué que conoció a mi madre a bordo de unos de los camiones llamados “guajoloteros” que transportaban a las personas por las poblaciones cercanas y que en aquella ocasión procedía de la población de La Huerta, Jal.
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Esta foto es la mas antigua que existe en donde aparece Josefina, aquí está a la derecha. Las otras 2 son sus hermanas Raquel y Leonor y su hermano Fausto
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Mi madre Josefina, a
la que apodaban de cariño “La Negra” por el color de su piel morenita que además lucía muy tostada a consecuencia de
los intensos rayos del sol tropical, quien viajaba ese día en ese autobús, solía acompañar a mi abuela
Chepa en la vendimia de ropa que confeccionaba y que promovía para su
venta en otras poblaciones y rancherías cercanas. De este modo ganaba el sustento para
alimentar su familia pues ya hacía varios años había quedado viuda de mi abuelo Fausto
y con 7 hijos que sacar adelante. La tarea de mantener tan numerosa prole
no era nada sencilla, a pesar de que ya los hijos mayores, mis tios Benjamin y José, empezaban
a ayudarla sirviendo
a los intereses del dueño de los plantíos al manejar camiones que transportaban principalmente cargas de
coco y plátano.
Y sucedió que ese día, sufriendo con el calor costeño
característico del lugar, coincidieron Manuel y Josefina a bordo de aquel viejo y destartalado camión "guajolotero".
Sus miradas se encontraron entre las de todos los pasajeros y de una forma muy
sencilla y natural se empezó a dar el tímido flirteo entre ambos; la
fortuna sonrió a mi padre y con la ayuda de una jícama, que fue la causante de
su encuentro, ya que en algún zangoloteo del camión, el dichoso tubérculo brincó
desde el canasto donde reposaba hasta llegar a los pies de mi padre, quien discretamente
lo recogió
y ni tardo ni perezoso, se lo ofreció a mi madre con una sonrisa.
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Este debería ser nuestro escudo de armas
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Su intención, al ofrecer tan sencillo obsequio no era otro mas que
el simple propósito de tratar de entablar con ella una conversación. Todavía ya
después de muchos años de casados, mis padres hacían referencia con cierta
nostalgia a
ese incidente y comentaban
de que era difícil imaginar que el brinco de esa jícama iba a ser el
origen de tantas cosas que se generaron después.
Fue muy certero
flechazo el que Cupido
realizó ese día usando como saeta a esa jícama
y por el cual, quedó mi padre prendido de mi madre. Su interés lo llevo a averiguar de alguna
manera su domicilio y habiéndolo obtenido, a partir de su regreso a la
ciudad de Guadalajara empezó a escribirle cartas.
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El abuelo Fausto
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Lo curioso del caso
es que en las primeras misivas usó el nombre de Adelita para llamar a mi
madre de alguna manera, pues ante lo fugaz del encuentro inicial, no tuvo ni
siquiera la oportunidad de preguntarle su nombre real. Pero ya se sabe que
cuando hay un interés en algo, no hay ningún obstáculo que el ingenio no sea
capaz de superar.
Mi padre siempre
tuvo la cualidad de escribir bonito, a pesar de haber cursado sus estudios solo
hasta el 2º. año de primaria, pero era un romántico de corazón, y en sus escritos
reflejaba de un modo muy elocuente mucho de lo que aprendía en las lecturas que
tanto disfrutaba por lo que gracias a ello pudo enamorar a mi madre
a través de las cartas y a pesar de la distancia.
Cartas iban y cartas venian, y no fue sino
hasta meses después, cuando en la siguiente temporada de novenarios
parroquiales de Cihuatlán convocados por el Sr. Cura Don Pascual que volvieron
a encontrarse por segunda ocasión los novios epistolares. Para la tercera ocasión que se vieron, mi padre iba decidido
a no dejar pasar más tiempo y ya traía en mente la precoz, acelerada y
precipitada decisión de proponer matrimonio a mi madre: así era mi padre y
así se las gastaba… era extremadamente parco para tomar decisiones
trascendentes pero ya una vez que se animaba a tomar alguna, lo hacía de manera
muy sorpresiva y rayando a veces en lo inverosímil. Tardaba en decidir, pero una vez tomada la decisión, la acción era prácticamente inmediata
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La abuela Chepa y el tio Fausto
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Recuerdo que en
alguna ocasión mi padre me platicó lo que en aquellos días pasaba por su mente.
El tenía,
además de la relación por carta con mi madre, una relación de noviazgo en la
ciudad de Guadalajara con una paisana de Hostotipaquillo, población natal de mi
padre, llamada Graciela León a la que llamaba sencillamente “Chela León” y que
vivía por la calle de Munguía, -actualmente Av. Enrique Díaz de León…¡vaya
coincidencia con los leones!- pero esta relación había andado últimamente bastante
mal, al grado que ya la ruptura se había prácticamente pronunciado.
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La parroquia de Cihuatlán,Jal.
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Debido a ello,
anímicamente mi padre se sentía triste y agobiado, le calaba ya la soledad en su corazón y había tomado la determinación de casarse, contaba ya con 23 años
de edad y en aquellos años era usual que los casorios se dieran aun en edades
más tempranas; pero para poder hacerlo necesitaba también resolver que era
lo más apropiado: por una parte tenía un noviazgo en conflicto con Chela León y
por otro un noviazgo con mi madre a la distancia y sostenido solamente por su
devoción a enviar y recibir cartas, pero con muy poco contacto personal por lo que
no era propiamente lo que él deseaba, así que tomó la decisión de resolver de
tajo de una vez por todas lo que mejor conviniera.
Muy a su estilo
personal, pidió la ayuda divina para que las cosas se dieran de la mejor manera
y empezó a emprender su plan para decir adiós a su soltería. Como él era poco
dado a dar pasos atrás, quiso intentar primeramente proponerle matrimonio a mi
madre Josefina Ramírez.
Era el inicio del
último mes de 1949, mi padre tuvo que estar presente nuevamente en Cihuatlán,
cuyas fiestas patronales estaban de nuevo en su apogeo, brindándole su justo
homenaje a la Virgen de Guadalupe, santa patrona del pueblo.
Fue a la salida del
rosario cuando Manuel y Josefina volvieron a encontrarse y durante el trayecto
de la Parroquia a su casa, fue cuando surgió la propuesta de boda con una
simple y determinante pregunta: -“¿te quieres casar conmigo... aquí y ahora?”
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El joven y apuesto violinista
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La bella y enamorada doncella
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No hubo más margen
de tiempo para meditarlo, para analizarlo y yo creo que ni para pensarlo
siquiera: mi padre le dio a mi madre un “amplio plazo” que mediaba entre que lo que faltaba
de caminar de la Parroquia a su casa para que lo meditara y lo resolviera… la
sentencia fue clara: o decía que si y habría boda inmediata o decía que no y…
“adiós mi amor, hasta nunca…”.
Finalmente mi madre tomo su decisión y su
respuesta fue afirmativa, y con ello se desataron todos los
eventos posteriores para que en cuestión de días se hicieran todos los trámites
necesarios para la realización al vapor de la boda.
Fueron muchos menos
de los 9 días tradicionales del novenario los que se utilizaron para
primeramente pedir la mano de mi madre, que por la premura de los acontecimientos, las familias de
los contrayentes no se conocían; fue el buen Don Pascual, el Señor Cura, quien, a
petición del novio, avaló ante mi abuela Chepa la calidad moral de mi padre.
Mi abuela Chepa no estuvo muy de acuerdo
con las maneras tan poco ortodoxas de hacer así de rápido cosas tan
trascendentes, pero tuvo que ceder ante la presión por todos ejercida, y al
ver en la cara de su hija “La Negra” la ansiedad y el desencanto ante su inicial
negativa; finalmente accedió a que se fijara la fecha, la cual
se dió prácticamente de inmediato.
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Contra los pronósticos...
los novios se hicieron esposos!
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No hubo necesidad de
correr las amonestaciones, aprovechando que ambos eran gentes conocidas del
Señor Cura; se consiguió prestado con una familiar el clásico vestido blanco y todo el
ajuar completo de novia así como de los mil y un detalles que una boda
implica, pero aun así, sin ponerse a pensar siquiera lo que podría faltar y resolviendo
sobre la marcha todo lo necesario, se llevó a cabo la ceremonia religiosa de su
unión matrimonial el 12 de diciembre a las 8 de la mañana, en el último día del novenario. Obviamente, ante
lo acelerado del
enlace no hubo fiesta ni convivio alguno, inclusive una de las
hermanas de mi madre, la tía Leonor, ni se enteró oportunamente del evento ya
que no se encontraba en esas fechas en el pueblo. Por parte de mi padre,
afortunadamente iban acompañándolo en ese viaje su madre Rafaela, así como su hermano Rafael -que le
seguía en edad a mi padre- y también iba la hermana más pequeña que era aún muy chiquita: Martha.
Esa fue la comitiva de mi padre en el singular evento de su matrimonio.
Después de la ceremonia, los nuevos esposos no hicieron más que irse a despedir de los familiares y amigos cercanos... ¿Quien iba a pensar que "La Negra" iba a darles una sorpresa tan descomunal?... Mi abuela lloraba desconsoladamente la partida de su niña, pues su corazón le avisaba que jamás volverían a verse en Cihuatlán.
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