jueves, 13 de agosto de 2015

ORIGENES DEL BARRIO DE SANTA TERESITA

Entre 1930 y 1950, los migrantes campo-ciudad de la zona occidente del país, encontraron acomodo en los nuevos barrios que surgían en la tierra privada de la periferia de Guadalajara. Ahí, los empresarios urbanizadores podían hacer prácticamente lo que desearan: los reglamentos municipales eran mínimos. El crecimiento de la ciudad provocaba una fuerte  de trabajadores en la construcción; pero además proliferaban las pequeñas industrias y talleres –las cuales cobraron ímpetus aún mayores a partir de los años de la Segunda Guerra Mundial- y múltiples servicios eran requeridos. Esta bonanza económica ayudó a paliar el descontento de una población que había llegado a la urbe huyendo de la violencia de la Cristiada, de la represión persistente y de los enfrentamientos agrarios. Durante la década de 1930 se llevó a cabo la reforma agraria en el estado de Jalisco. El proceso fue violento y no exento de contradicciones.
El barrio de Santa Teresita nació en la década de 1920, en un amplio terreno agrícola situado al occidente de la ciudad de Guadalajara, no lejos de las nuevas áreas residenciales. Los dueños del terreno simplemente trazaron calles rudimentarias y procedieron a vender lotes, sin preocuparse por instalar servicios de agua o drenaje, ni por construír aceras; el tamaño de los lotes dependía de lo que podía pagar el comprador. La mayoría eran muy pequeños (entre 40 y 60 metros cuadrados), pero los migrantes mas ricos y algunos especuladores citadinos compraron espacios mas amplios para construir vecindades (casonas multifamiliares) y rentar cuartos a las familias mas pobres. Sin embargo, la llegada en 1933 de un sacerdote que traía la misión de fundar una parroquia y hacerse cargo de los fieles, marcó el comienzo de la consolidación del barrio.
El padre Román Romo era un personaje carismático y autoritario, emprendedor y agresivo, miembro de una familia alteña de ex cristeros (él mismo había sufrido cárcel y su hermano mayor, Toribio Romo, también sacerdote, fue asesinado por el ejército federal). Tras él fueron llegando otras familias, algunas de parientes y paisanos suyos, y la colonia se fue poblando alrededor de una capilla que servía como sede parroquial. Pronto el padre Romo fundó una rama local de la Acción Católica –una asociación laica dependiente de la parroquia- con secciones para hombres, mujeres, jóvenes y niños. Las familias de Santa Teresita eran inducidas a participar en las reuniones de Acción Católica y por tanto esta se convirtió, junto con las redes de parentesco, en un espacio social relevante. Fuera de estos dos espacios, en el mundo urbano de los migrantes presentaba una fuerte fragmentación. Por ejemplo, el ámbito de trabajo ofrecía empleos efímeros, en obras de albañilería o en empresas pequeñas de manufactura y servicios. Ninguno proporcionaba la oportunidad de crear vínculos horizontales con muchas otras personas. En cambio, el ámbito parroquial permitía –y lograba- una mayor escala y estabilidad en las relaciones sociales. Incluso las actividades recreativas –teatro, cine, kermeses, fiestas- giraban en torno a la parroquia. Por añadidura, no pocos jefes de familia consiguieron empleo por recomendación del párroco y sus parientes.
Las reuniones de Acción Católica fueron también el contexto donde se buscaron soluciones a la falta de servicios urbanos. El párroco instó a los feligreses a que cavaran un pozo de agua potable y construyeran letrinas debidamente controladas. Organizó colectas y brigadas de trabajo para empedrar las calles y recoger la basura. También con trabajo voluntario y limosnas fundó escuelas para niños y niñas, un “pre-seminario”, un centro social, un orfanato, un hospital, un dispensario, y emprendió además la construcción de un enorme edificio para la iglesia parroquial. Al frente de estos establecimientos se encontraban parientes y amigos cercanos del cura; algunos dedicaban tiempo exclusivo a las obras parroquiales, a menudo sin cobrar un solo centavo. Por último, de las filas de Acción Católica surgieron varios comités, presididos por el propio señor cura Romo, que negociaron repetidamente con el ayuntamiento la dotación de servicios públicos al barrio. También se encargaron de visitar periódicamente tanto a los antiguos propietarios del terreno donde se construyó Santa Teresita como a las familias más afortunadas del mismo barrio (los mayores tenderos y algunos fabricantes medianos) para solicitarles donativos destinados al beneficio público.
La Acción católica permitía la creación de vínculos con ciertas personas de posición social elevada    -que no vivían en Santa Teresita-. Que se convirtieron en benefactores del barrio; además de ayudar en los trámites de urbanización, donaban despensas y juguetes para los niños de las escuelas y contribuían a las obras materiales de la parroquia.
Después de 1950 se contó ya con pavimento, drenaje y agua domiciliaria. Se construyó el mercado municipal “Manuel Avila Camacho” en las calles Juan Álvarez y Andrés Terán. A partir de 1960, se instaló el servicio de electricidad y alumbrado público.
Desde entonces; Santa Teresita se encuentra plenamente integrada a la vida urbana de Guadalajara, convertida en una zona de comercio popular, y la población es ahora más heterogénea; pero el padre Romo continuó siendo la figura dominante en el barrio, hasta su muerte, ocurrida en 1981.
Cuando murió Tata Romo (como se le conocía en el barrio), las campanas doblaron 24 horas seguidas. Su cuerpo fue expuesto en una vitrina colocada en posición vertical junto al altar mayor y lo “visitaron” miles de personas. Sus admiradores lo consideran “un santo”, y cada año se conmemora solemnemente el aniversario de su fallecimiento.
A través de sus sermones, de sus artículos en el periódico parroquial –llamado “Lluvia de Rosas”-, de las obras de teatro que escribía y de su incansable contacto personal con las familias, el párroco transmitía un discurso de catolicismo integrista, unido a una ética de trabajo y cooperación. Fomentaba las prácticas religiosas (“devociones”) tradicionales –confesión, comunión, rezo del rosario, novenas, visitas al Santísimo…-donde se concedía especial importancia a las relación individual con Dios, la Virgen y los santos. En las escuelas parroquiales, la pereza y la falta de éxito eran severamente reprobadas y castigadas. De la feligresía en general se demandaba trabajo voluntario y continuo, y al mismo tiempo se repetía que la primera obligación era “sacar adelante a la familia”. De hecho, muchas de las personas cercanas al padre Romo prosperaron económicamente y sus hijos son ahora miembros de la clase media profesional. Por otro lado, aparecía en el discurso y en la práctica una hostilidad tanto hacia el Estado liberal y revolucionario, como hacia todo lo que se desviara de la ortodoxia y pureza de costumbres. No se toleraban las modas “provocativas”. Las escuelas parroquiales nunca buscaron el reconocimiento gubernamental, pues eso implicaba aceptar la influencia del laicismo oficial. En el currículum tenían gran relevancia las clases de religión e historia de la Iglesia católica; en la versión de la historia de México que enseñaba los héroes eran católicos ortodoxos, y los liberales y masones eran los villanos. Para el padre Romo, el héroe nacional más importante era Agustín de Iturbide, primer emperador de México, cuyo nombre se asignó a la escuela para niños y a una calle importante del barrio.
Los protestantes nunca pudieron entrar abiertamente al barrio; cuando los predicadores o propagandistas evangélicos osaban presentarse, el sacristán, en bicicleta y tocando una campana, convocaba a los muchachos para que los expulsaran a pedradas. Sufrían iguales ataques quienes intentaban abrir cantinas o bares de prostitutas, e incluso la policía tuvo que contar con el beneplácito del párroco.
En materia de política formal, los feligreses de Santa Teresita simpatizaban con los partidos conservadores, particularmente el Partido de Acción Nacional (PAN). Que siempre obtenía el mayor número de votos vecinales. El Partido Sinarquista. Aún más inclinado a la derecha, también obtenía votos en el barrio; de aquí salió el único candidato de este partido que compitiera por la gubernatura del estado en 1964. No obstante, en la vida cotidiana el rechazo al gobierno era algo abstracto y banal. El padre Romo no hablaba de política en el púlpito, pues el cardenal arzobispo de Guadalajara lo tenía prohibido: además era obvio que el ayuntamiento priísta había ido respondiendo favorablemente a las demandas de servicios urbanos y que el propio señor cura Romo tenía amigos en la administración municipal. La única manifestación antigubernamental violenta ocurrió en 1961, cuando Santa Teresita se convirtió en uno delos ejes de la protesta contra la imposición de libros de texto oficiales en las escuelas primarias. Pero la beligerancia duró poco, gracias a la intervención apaciguadora del propio cardenal arzobispo.
En los últimos 15 años de vida del padre Romo, disminuyó el control parroquial sobre el territorio del barrio. Tanto él como sus principales colaboradores habían envejecido y las siguientes generaciones se dispersaron por toda la ciudad. Se derribaron las vecindades, se construyeron edificios comerciales, se abrieron escuelas de gobierno, brotaron negocios de todo tipo –incluso cantinas-. La gente ya no iba al hospital parroquial sino a clínicas gubernamentales. Apareció mucha gente nueva, incluso ateos y protestantes. Actualmente los grupos de Acción Católica continúan siendo fuertes, pero su influjo ha quedado virtualmente reducido al ámbito de las prácticas religiosas.

                         Extraído del libro:
 "Religión y política en los barrios populares de Guadalajara"
Autores: Guillermo de la Peña y Reneé de la Torre





1 comentario:

  1. Nomas como información ACJM de la parroquia se formó con jóvenes que venían de San Miguel del esoiruto santo Encarnación Moran, Román Hernández y otros más

    ResponderEliminar