jueves, 13 de agosto de 2015

LOS PRIMEROS AÑOS

A su llegada a la ciudad de Guadalajara, la vida de los recién casados empezó siendo un pequeño caos dentro del hogar de la familia Miranda Curiel ya que la sorprendente y precipitada boda de Manuel, el hermano mayor de esa numerosa familia, agarró a más de alguno de sus hermanos completamente desprevenido, pero eso no impidió desde luego que se realizaran los festejos por tan feliz acontecimiento.
Pudo finalmente más la curiosidad de la novedad y fueron bien recibidos aceptando la nueva situación que ya era una cuestión totalmente irrevocable; se les hizo el espacio necesario a los recién casados para que estuvieran confortablemente hospedados, entre tanto podían encontrar donde poder establecerse en su nuevo hogar.  
La familia de Manuel era muy numerosa, la integraban 5 hermanos: Manuel, Rafael, Gabriel, Andrés hijo y José Luis y 4 hermanas; Julia, Angelita, Elisa y Martha. Sus padres eran Andrés, filarmónico celista por tradición, y Rafaela, oriundos de la zona de Magdalena y Hostotipaquillo, en donde vivieron anteriormente. 

La mayor de las hijas, Julia, tenía poco de haberse casado y su primer hijo, Javier, apenas contaba con 6 meses de edad, así que solo eventualmente visitaba a sus padres. Todos los demás hermanos vivían entonces juntos. Andrés, con oficio de músico, era quien enseñaba a sus hijos varones la tradición musical familiar y en base a la antigua manera de educar que postulaba la frase de que "la letra, con sangre entra", los hacia aprender a solfear y a tocar algún instrumento y ya había ya aventajado a los siguientes hermanos de Manuel, enseñando a tocar el bajo a Rafael el acordeón a Gabriel. Los más jóvenes apenas estaban en edad de acudir a la escuela primaria. De las mujeres ni hablar, según las costumbres de la época, deberían enseñarse a ser buenas amas de casa esperando a ver si el duro celo paternal por las hijas, les podía permitir encontrar algún pretendiente.


En esos días del matrimonio de Manuel, su familia tenía algunos años de haber emigrado a Guadalajara buscando darle a Manuel una mejor escuela donde aprendiera a tocar mejor el violín. Tenían varios años viviendo en el barrio de Santa Teresita en la antigua periferia de Guadalajara, donde el señor cura Cornejo, párroco de su antiguo pueblo de Magdalena, les había conseguido la protección y el cobijo de su amigo el señor cura Román Romo González, quien hacia labor de construir una nueva parroquia en ese barrio... ¿Quien iba a adivinar en aquellos entonces, que estaban bajo la tutela del hermano de uno de los más celebres santos mexicanos: santo Toribio Romo?
Inmediatamente a su arribo, Manuel anduvo buscando donde rentar una casa pequeña y a la vez comprando los enseres domésticos y los muebles esenciales para tener lo indispensable en su nuevo hogar, labor que le llevó cuatro días. Su primer hogar fue una casita pequeña en la calle de Juan Álvarez, por el rumbo del barrio del Santuario de la Virgen de Guadalupe, lugar de mucha tradición por ser el lugar de abolengo en donde se venera a la morenita del Tepeyac en esta ciudad.
Establecidos en su nueva casa, la vida para los nuevos esposos fue transcurriendo lentamente y así, de esa manera, fueron poco a  poco intentando adaptarse a los cambios de vida que se habían empezado a generar.
Josefina se enamoraba cada vez más de Manuel, quien con su carácter extremadamente alegre y social contrastaba con la taciturna y natural timidez de ella, una jovencita pueblerina de 17 años. Cuando él se hallaba con ella, era como si saliera el sol pero cuando él tenía que salir a trabajar, ella se la pasaba sola mucho tiempo pues no conocía a nadie, y además de que su manera de ser era muy callada, con un carácter sencillo e introvertido que le dificultaba el socializar con otras personas; aunado a lo anterior, tampoco sabia moverse en una ciudad nueva y totalmente desconocida para ella por lo que tampoco podía salir a visitar a sus nuevos familiares.
Pasaron 6 meses y tratando mi padre de resolver esa situación, busco acercar su hogar al de sus padres y se mudaron a otra casa más próxima a ellos, en el número 49 de la calle Reforma, con el fin de poder tener la manera de hacer el recorrido entre ambas con una simple caminada. Lamentablemente llegó el temporal de lluvias del año de 1950 y durante una tormenta muy intensa, típica de la región tapatía, mientras los padres de Manuel estaban de visita, la nueva casa evidenció que no estaba en condiciones de soportar el embate de la lluvia y empezó a minarse el agua por doquier causándoles una enorme inundación en la cual de manera exagerada se puede decir que solo faltó que se ahogaran.
Esto obligó a Manuel a buscar un mejor lugar más seguro y protegido y lo pudo encontrar por la calle de Sarcófago. Así establecieron su tercer hogar en el barrio de Santa Teresita, en el cual mi padre se sentía en su ambiente pues había generado en su entorno un gran número de amistades. Recordemos que su sociabilidad era su sello característico. Sin embargo, para mi madre, sus únicas y eventuales compañías eran los miembros de su nueva familia política, a quienes una vez que se les había pasado la novedad, no les representaba muy atractivo visitarla, principalmente por la personalidad poco sociable que tenía mi madre y porque no tenían muchos nexos en común.
Como consecuencia, ella empezó a descuidarse en algo que le era habitual: en dejar de tomar sus alimentos; no era ella de buen comer y por eso estaba muy delgada. La única persona que, a base de mimos y atenciones, lograba hacer que se alimentara regularmente, era mi abuela Chepa. Mi madre comenzó a extrañarla mucho, así como al resto de sus hermanos y demás familiares.
Pero ella nada decía, permanecía callada, sin emitir una palabra de su sentir interior. Se esforzaba en cumplir como buena esposa con sus obligaciones hacia su marido, a quien amaba profundamente. Contaba mi abuela Chepa que en su época de noviazgo por correspondencia, a Josefina le encantaba escuchar en la radio melodías interpretadas en violín, pues con ellas le florecía una cara de ensoñación recordando al violinista de sus amores.
Al transcurso de unos pocos meses estaba la nueva pareja aún más llena de alegría esperando la llegada de su primer hijo, dicha que lamentablemente se ensombreció debido a que durante el embarazo, las condiciones de salud de mi madre Josefina no eran las mejores pues se manifestaba en ella una anemia perniciosa producida por su excesiva delgadez y por la falta de una buena de alimentación, así como de los nuevos hábitos aun no asimilados, lo que ocasionó que la niña a quien bautizaron con el nombre de María Teresa, que llegó a este mundo en el mes de septiembre de 1950, falleciera a los pocos días de nacida. 
Transcurrido casi un año, en el mes de agosto de 1951, un segundo intento de ser padres volvió a malograrse pues mi madre Josefina estaba aún más debilitada en su físico ya que con al paso de los meses su anemia se agudizó;  la nostalgia por su pueblo y su familia la habían hecho mella sin que nadie lo notara: sin saberlo, se había convertido en una persona totalmente anoréxica

Se hizo entonces necesaria la intervención médica. Cuando empezó a acudir a sus consultas médicas para el control de su segundo embarazo, los médicos la atendieron en calidad de urgencia para tratar de levantar el estado de salud de mi madre, pero ni así pudieron lograr que el embarazo se desarrollara bien y pudiera nacer el bebé sin complicaciones.  A esta nueva hermanita la llamaron María Alicia, y aunque su lucha por sobrevivir se prolongó durante 3 días, Dios también la llamó de vuelta a Su lado

Con la tremenda depresión causada por este segundo deceso, mi madre Josefina de ninguna manera quería probar alimento y la nostalgia por su madre y hermanos creció a tal grado que fue necesario que su madre, mi abuela Chepa, emprendiera, en un acto de cariño por su hija, un viaje para visitarla, acompañarla y cuidarla de tiempo completo; comprendiendo que el esfuerzo de su hija Josefina al realizar un  total cambio de costumbres, de su entorno, sumada a la lógica nostalgia por sus habituales cariños había sido demasiado.
Con la llegada de su madre y hermanos, al cabo de unas semanas, obviamente la salud y el ánimo de mi madre Josefina mejoraron muchísimo, al punto de que no deseaba que regresaran a Cihuatlán. Le pidió, le suplicó y le lloró que se quedara hasta que pudo convencerla. A los pocos días la abuela Chepa regresó con sus hijas Leonor y Raquel para quedarse a vivir en Guadalajara y encontraron otra casa rentada en la calle de Angulo por el mismo barrio de Santa Tere.
Mis tios Benjamín, José y Fausto, hermanos de mi madre, trabajaban entonces como choferes de los camiones de carga de su patrón por lo que continuamente viajaban desde su costeño pueblo hasta la ciudad de Guadalajara. Eso facilitó mucho las cosas, pues de esa manera tampoco ellos dejarían de frecuentarse.
La suerte empezaba a sonreírles, pues logró Manuel conseguir otra casa exactamente frente a la casa de sus papás, en la calle de Juan Álvarez de nueva cuenta; pero enclavado en  el mismo barrio de Santa Tere; logrando con ello grandes mejoras en la forma y modo de cuidar y proteger a mi madre Josefina, valiéndose de la ayuda de sus hermanas Julia y Angelita lo que en muy poco tiempo se tradujo en una enorme y significativa mejoría para su salud física y emocional.
Parecía que las condiciones ahora si serían favorables para que el tercer intento de lograr tener su primer hijo fuera exitoso. Y efectivamente, así fue. A la mitad del año de 1952 nació José Luis, o sea yo mismo, el que redacta estas letras, un apuesto varoncito que rompió la mal lograda llegada de niñas, lo que produjo una alegría sin igual a los nuevos padres, quienes por fin después de esperar durante 2 años y medio lograron tener a su hijo primogénito en brazos.

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