A su llegada a la
ciudad de Guadalajara, la vida de los recién casados empezó siendo un pequeño
caos dentro del hogar de la familia Miranda Curiel ya que la sorprendente y
precipitada boda de Manuel, el hermano mayor de esa numerosa familia, agarró a
más de alguno de sus hermanos completamente desprevenido, pero eso no impidió
desde luego que se realizaran los festejos por tan feliz acontecimiento.
Pudo finalmente más
la curiosidad de la novedad y fueron bien recibidos aceptando la nueva
situación que ya era una cuestión totalmente irrevocable; se les hizo el
espacio necesario a los recién casados para que estuvieran confortablemente
hospedados, entre tanto podían encontrar donde poder establecerse en su nuevo
hogar.

La mayor de las hijas, Julia, tenía poco de haberse casado y su primer hijo, Javier, apenas contaba con 6 meses de edad, así que solo eventualmente visitaba a sus padres. Todos los demás hermanos vivían entonces juntos. Andrés, con oficio de músico, era quien enseñaba a sus hijos varones la tradición musical familiar y en base a la antigua manera de educar que postulaba la frase de que "la letra, con sangre entra", los hacia aprender a solfear y a tocar algún instrumento y ya había ya aventajado a los siguientes hermanos de Manuel, enseñando a tocar el bajo a Rafael y el acordeón a Gabriel. Los más jóvenes apenas estaban en edad de acudir a la escuela primaria. De las mujeres ni hablar, según las costumbres de la época, deberían enseñarse a ser buenas amas de casa esperando a ver si el duro celo paternal por las hijas, les podía permitir encontrar algún pretendiente.
En esos días del matrimonio de Manuel, su familia tenía algunos años de haber emigrado a Guadalajara buscando darle a Manuel una mejor escuela donde aprendiera a tocar mejor el violín. Tenían varios años viviendo en el barrio de Santa Teresita en la antigua periferia de Guadalajara, donde el señor cura Cornejo, párroco de su antiguo pueblo de Magdalena, les había conseguido la protección y el cobijo de su amigo el señor cura Román Romo González, quien hacia labor de construir una nueva parroquia en ese barrio... ¿Quien iba a adivinar en aquellos entonces, que estaban bajo la tutela del hermano de uno de los más celebres santos mexicanos: santo Toribio Romo?
Inmediatamente a su arribo, Manuel anduvo buscando donde rentar una casa pequeña y a la vez comprando los
enseres domésticos y los muebles esenciales para tener lo indispensable en su
nuevo hogar, labor que le llevó cuatro días. Su primer hogar fue una casita
pequeña en la calle de Juan Álvarez, por el rumbo del barrio del Santuario de
la Virgen de Guadalupe, lugar de mucha tradición por ser el lugar de abolengo
en donde se venera a la morenita del Tepeyac en esta ciudad.

Josefina se
enamoraba cada vez más de Manuel, quien con su carácter extremadamente alegre y
social contrastaba con la taciturna y natural timidez de ella, una jovencita pueblerina de
17 años. Cuando él se hallaba con ella, era como si saliera el sol pero cuando
él tenía que salir a trabajar, ella se la pasaba sola mucho tiempo pues no
conocía a nadie,
y además de
que su manera de ser era muy callada, con un carácter sencillo e introvertido que le dificultaba
el socializar con otras personas; aunado a lo anterior, tampoco sabia moverse en
una ciudad nueva y totalmente desconocida para ella por lo que tampoco podía
salir a visitar a sus nuevos familiares.
Pasaron 6 meses y
tratando mi padre de resolver esa situación, busco acercar su hogar al de sus
padres y se mudaron a otra casa más próxima a ellos, en el número 49 de la
calle Reforma, con el fin de poder tener la manera de hacer el recorrido entre
ambas con una simple caminada. Lamentablemente llegó el temporal de lluvias del
año de 1950 y durante una tormenta muy intensa, típica de la región tapatía,
mientras los padres de Manuel estaban de visita, la nueva casa evidenció que no
estaba en condiciones de soportar el embate de la lluvia y empezó a minarse el
agua por doquier causándoles una enorme inundación en la cual de manera exagerada se puede decir que solo faltó que se
ahogaran.
Esto obligó a Manuel
a buscar un mejor lugar más seguro y protegido y lo pudo encontrar por la calle
de Sarcófago. Así establecieron su tercer hogar en el barrio de Santa Teresita,
en el cual mi padre se sentía en su ambiente pues había generado en su
entorno un gran número de amistades. Recordemos que su sociabilidad era su
sello característico. Sin embargo, para mi madre, sus únicas
y eventuales compañías eran los miembros de su nueva familia política, a
quienes una vez que se les había pasado la novedad, no les representaba muy
atractivo visitarla, principalmente por la personalidad poco sociable que tenía
mi madre y porque no tenían muchos nexos en común.
Como consecuencia, ella empezó a descuidarse en algo que le era habitual: en dejar de tomar sus alimentos;
no era ella de buen comer y por eso estaba muy delgada. La única persona que, a base de mimos y
atenciones, lograba hacer que se alimentara regularmente, era mi abuela Chepa.
Mi madre comenzó a extrañarla mucho, así como al resto de sus hermanos y demás
familiares.
Pero ella nada decía,
permanecía callada, sin emitir una palabra de su sentir interior. Se esforzaba en cumplir
como buena esposa con sus obligaciones hacia su marido, a quien amaba
profundamente. Contaba mi abuela Chepa que en su época de noviazgo por correspondencia,
a Josefina le encantaba escuchar en la radio melodías interpretadas en violín, pues con ellas le florecía una cara de ensoñación recordando al violinista de sus
amores.
Al transcurso de
unos pocos meses estaba la nueva pareja aún más llena de alegría esperando
la llegada de su
primer hijo,
dicha que
lamentablemente se ensombreció debido a que durante el embarazo, las condiciones
de salud de mi
madre Josefina no eran las mejores pues se manifestaba en
ella una anemia perniciosa producida por su excesiva delgadez y por la falta de
una buena de alimentación, así como de los nuevos hábitos aun no asimilados,
lo que ocasionó
que la niña a quien bautizaron con el nombre de María Teresa, que llegó a este mundo en el mes de septiembre de 1950, falleciera a los pocos días de nacida.
Transcurrido casi un
año, en el mes de agosto de 1951, un segundo intento de ser padres volvió a malograrse
pues mi madre
Josefina estaba aún más debilitada en su físico ya que con al paso de los meses
su anemia se agudizó; la nostalgia por
su pueblo y su familia la habían hecho mella sin que nadie lo notara: sin saberlo, se
había convertido en una persona totalmente anoréxica
Se hizo entonces necesaria la intervención médica. Cuando empezó a acudir
a sus consultas
médicas para el control
de su segundo embarazo, los médicos la atendieron en calidad de urgencia para
tratar de levantar el estado de salud de mi madre, pero ni así pudieron lograr que el embarazo se
desarrollara bien y pudiera nacer el bebé sin complicaciones. A esta nueva hermanita la llamaron María Alicia, y
aunque su lucha por sobrevivir se prolongó durante 3 días, Dios también
la llamó de vuelta a Su lado
Con la tremenda
depresión causada por este segundo deceso, mi madre Josefina de ninguna manera quería probar alimento
y la nostalgia
por su madre y hermanos creció a tal grado que fue necesario que su
madre, mi abuela Chepa, emprendiera, en un acto de cariño por su hija, un viaje para
visitarla, acompañarla y cuidarla de tiempo completo; comprendiendo que el esfuerzo de su hija
Josefina al realizar un total cambio de costumbres, de su entorno,
sumada a la lógica nostalgia por sus habituales cariños había sido demasiado.

Mis tios Benjamín, José
y Fausto, hermanos de mi madre, trabajaban entonces como choferes de los
camiones de carga de su patrón por lo que continuamente viajaban desde su
costeño pueblo hasta la ciudad de Guadalajara. Eso facilitó mucho las cosas,
pues de esa manera tampoco ellos dejarían de frecuentarse.

Parecía que las
condiciones ahora si serían favorables para que el tercer intento de lograr
tener su primer hijo fuera exitoso. Y efectivamente, así fue. A la mitad del
año de 1952 nació José Luis, o sea yo mismo, el que redacta estas letras, un
apuesto varoncito que rompió la mal lograda llegada de niñas, lo que produjo una
alegría sin igual a los nuevos padres, quienes por fin después de esperar
durante 2 años y medio lograron tener a su hijo primogénito en brazos.
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